lunes, 2 de marzo de 2009

¿Qué pasa cuando uno no es cualquiera, cuando una relación es legítimamente de amistad, no se supone que hay ciertos códigos y confianza que debería de prevalecer? La regla debería de ser, aunque sea amigo recuerda que es hombre y pese a todo va a querer ¡coger! Es por este que cuando un amigo se insinúe cariñosamente y uno lo mire con ojos de complicidad fraternal, no deberíamos de caer en este juego, pues es ahí cuando se entreteje una maraña de malentendidos y sentimientos encontrados. Por una parte tenemos el concepto de amigos son amigos y aunque te arrimes un cachito no pasa nada… ¡somos amigos! Por otra parte esta el si cae en este juego es porque aceptas lo que venga y con eso tengo todo el derecho a reclamar lo que en el se entrevé. Sin embargo, cada una de estas premisas se hace cumplir para cada uno de forma separada y al momento de cobrar una es siempre la que sale hacia atrás. El reclamo que comenzó como un jugueteo entre amigos ahora se convierte en una deuda sin derecho a re pactar, es ceder o ceder. Pero ¿qué paso en ese momento con el a migo que uno creía que estaba ahí? Pareciera como si ya no fuera mas el y fuese uno mas de los que se encuentran en los boliches… un “cualquiera”. Es por esto que me pregunto… ¿existe la amistad sincera y desinteresada entre sexos opuestos? Pues creo que la respuesta en el 88% de los casos es NO, y que el otro 12% que queda esta representado por gays y asexuados. Pienso que el lema que siempre va a regir a los hombres es “culo- tetas- verga”. Y que al momento de sentirlo amenazado son capaces de urdir un cimiento de canalladas extorsionadoras, van a hacer lo posible, absolutamente todo lo posible para gatillar el botoncito de luz verde. Frente a la sorpresiva puesta en marcha del acelerador de escapatoria femenina es cuando exponen su último y mas pedorro truco, la amurrada indignación, en la que ya se agotaron todas las fichas para seguir jugando y lo único que queda es pagar o ser condenada a un silencioso vacío de reproches y cuasi traición. Sin darse cuenta de cuan lejanamente extraño puede entenderse que estaba aquel amigo de en realidad serlo.

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